Baúles
Remover cajones, vaciar altillos, sacar la ropa de verano de las cajas de debajo de la cama... Viajar en el tiempo mientras haces limpieza y preparas el armario para la nueva temporada. ¿Se puede pedir más por menos?
Aún tengo ahí mismo una montaña de ropa que debería tirar o dar; pero me resisto a ello porque primero tengo que cumplir el ritual de probármela al menos dos veces antes de aceptar la evidencia de que: a) no entro, b) me va estrecha y parezco un chorizo c) no me queda bien o d) está tan destrozada o pasada de moda que ya no sirve ni para estar en casa. Mañana, mañana lo haré... (así llevo una semana).
Eso sí, ya he acabado con los recónditos rincones más profundos del pasado en el corazón de las tinieblas: los altillos. Quizá hacía más de 15 años que ningún ser humano se aventuraba ahí. Y se notaba: he encontrado cosas que ni sabía que tenía. Mis zapatillas de ballet, junto a mis medias rosas y mi maillot. Nunca llegué a llevar puntas, porque mis tiernos piececitos de 12 años aún no estaban preparados y luego lo dejé. Siempre me dolerá haberlo dejado antes de subirme a las puntas. Dejé el ballet clásico cuando descubrieron que mi espalda hacía una ese (una escoliosis seria) y debía corregir el desvío cuanto antes mejor. Me faltaban horas al día para hacer los ejercicios correctores y reforzar mi espalda con dos horas de natación y haciendo todo el deporte que podía: baloncesto, voleibol (era la época de "Juana y Sergio"), tenis... además de ir al colegio y hacer los deberes. Hay raquetas de bádmington y de tenis, palas de ping pong, un timbre de bicicleta, mis botas de montañismo al fondo...
Para mi sorpresa encuentro dos maquinistas de las que se llamaban "de marcianitos" (hablo de los tiempos inmemoriales en que no existían las video consolas), una de ellas de dos pisos, algo de un mono y una princesa. Tendré que conseguir pilas de botón y ver si aún funcionan.
Otro sobresalto me espera dentro de una bolsa del desaparecido Pryca (ahora Carrefour): mis tacitas, platitos y tetera de porcelana. Con ellos servía el té a mis muñecas y peluches. Lo coloco todo delicadamente en la mesita de noche, como para servir un té imaginario de nuevo, antes de volver a guardalo.
Decido, sin dudarlo, indultar mi máquina de escribir. No tiene cinta de tinta y es problable que ya ni la fabriquen, pero eso es lo de menos. No es de aquellas electrónicas modernas con una pantallita. Ni siquiera es muy buena, una Olivetti de las baratas con la que hacía los trabajos del colegio tecleando con dos dedos como buenamente podía porque me negué a seguir la moda de la época: hacer mecanografía en una academia. La máquina de escribir es un trasto que no sirve para nada y ocupa medio armario pero quizá en un futuro, cuando tenga mi casa, sea un artilugio lo suficientemente anticuado, inútil y surrealista como para formar parte de la decoración.
Luego está mi rincón de los disfraces: las antenas y las alas de libélula, la capa y las orejas de elfo, el traje de india, los pantalones y la peluca de pallaso... Doy con una minifalda con estampado de leopardo minúscula en la que apenas puedo creer que cupiera cuando interpreté (es un decir) a Rufi, una prostituta, en la obra Maribel y la extraña familia, de Miguel Mihura. También el cancán de los bailes del colegio, un delantal rosa, una máscara del fantasma de la ópera...
En el siguiente armario hay otra bolsa de plástico misteriosa. Dentro se apilan ceras, pinturas al óleo, pinceles, témperas y pinturas plásticas... ¿Dónde están mis acuarelas? Juraría que tenía acuarelas. Todo se ha echado a perder. Hay un estuche de tela repleto de lápices de colores, otro de plastidecor, algunos Rotring secos o con la punta rota, una goma gigante, tijeras de colores, compases sin mina y oxidados. Tres cintas de ese aparato que se usaba para rotular, el Dymo, que hoy en día sólo usan (en su versión postmoderna) los nerds como mis compañeros de trabajo. Ni rastro del aparato. ¿Tuve uno alguna vez?
Para mi vergüenza aparecen láminas desastrosas de mis clases de "Dibujo lineal" (van directas a la basura) y algunos osados garabatos de mi época "quiero ser veterinaria y tengo el Fichero de la Naturaleza", cuando dibujaba pájaros y otros animales. Al fondo aparecen sonrojantes reproducciones de personajes de Bola de Drac y otras series del momento. Ni que decir tiene que siguen el mismo camino que mis proezas lineales.
Casi treinta años de vida repasados en una tarde. Esto debe ser como una pequeña mudanza...
P.D. Una boda y la búsqueda incansable de algo que ponerme me han tenido liadísima toda la semana, impidiéndome actualizar como querría. Finalmente he satisfecho mi fetichismo con unas altísimas sandalias de pin up y un vestido blanco. ¡A tomar viento el protocolo!
6 comentarios:
Nuna supe usar el Dymo, que mi tía se empeñó en regalarnos en 2 ocasiones a mi hermano y a mí. Con 30 años, muchos hemos vivido la misma infancia, aunque alguno nunca nos pusimos alas de libélula. De todos modos, odio la nostalgia, las reuniones de amigos en la que solo se charla sobre las aventuras y desventuras de 10 años atrás durante horas, la estandarización de los recuerdos tipo viruete...quizás es que oido reconocer el paso del tiempo. Me niego.
Así que cedo el testigo a otro.
ese es el problema de los amigos que te quedan, pero con los que no compartes nada más que unas copas dos veces al año... al final, no hay nada más de qué hablar que de la egb, de los primeros bares y las primeras gamberradas preadolescentes... y por supuesto, hacer planes y planes de "tenemos que salir", "podríamos irnos un fin de semana a..." y cosas así. Me revienta bastante esa actitud, yo soy bastante directo con la gente, y me molesta tanta indefinición... ¿hay que salir? ok, el sábado 21 de mayo quedamos y que venga quien pueda... lo demás es hablar por hablar...
de todas formas, no podría renunciar a esas cenas nostálgicas, un par de veces al año, eso sí, no más...
y eso que no hemos hecho ninguno la mili, no hay nada peor que aguantar anécdotas cuartelarias
por cierto, el dymo no es para "nerds"... tiene su gran utilidad para el etiquetado de cables, tuve una época sargentaria en la que me hartaba de abroncar a los instaladores para que me etiquetaran los cables...
me he sentido ofendido ;-)
Pido perdón públicamente a todos los etiquetadores de cables del universo.
En mi curro me hacen usar el Dymo para poner nombres hasta a las carpetas cuando podría escribirlo a mano tan divinamente...
¡Pero qué sandalias más bonitas!!!!!!!! ;)
Sí señor, el blanco y el negro, fuera protocolo.
Yo ni siquiera se lo que es el Dymo, pero mis altillos rebosaban el año pasado de miles de objetos similares a los que recuerdas: rotrings, grafos y una tabla que mi tío me fabricó para que sacase un 10 en dibujo lineal, cuando nunca pasé del mero aprobado. Enormes tarjetas postales de cumpleaños con ganchitos, postales de una amiga en Salou, un quien es quien, y camisetas en las que yo tampoco quepo. (la prueba de ver si cabes es peor que tener que comprarse bañador)
A mi sí me gusta mirar esas cosas y recordar, me gusta que pase el tiempo, al menos de momento.Será porque yo no pienso que cualquier tiempo pasado fue mejor.
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