Títeres
El calor parece más insoportable este año que cualquier otro. Quizá porque ha llegado sin avisar, sin primavera previa que te temple el cuerpo y te prepare para el sol de justicia. En la calle los perros que no paran de ladrar y los niños que gritan y corretean me resultan también más insoportables que nunca sobre el ardiente asfalto y bajo la asfixiante atmósfera. No lo aguanto, crispan mis nervios y les estrangularía a ellos y a sus amos y padres respectivamente por dejar que molesten así a los demás sin ni siquiera inmutarse. Intento abstraerme lamiendo mi delicioso cucurucho de helado italiano artesano de café y chocolate giandugia. Qué placer para los sentidos.
Ya de vuelta, delante del ventilador, elegimos película y rebuscando en la deuvedeteca (¿?) de Roger por fin aparece y puedo ver Dolls de Takeshi Kitano (sí, el del castillo). Con un lirismo desbordante y una sensibilidad sin sensiblería Kitano nos enseña tres historias donde el amor es atadura tanto cuando se tiene como cuando se pierde: en los trágicos vagabundos unidos por una cuerda, en la novia eterna que espera cada sábado en el parque, en el fan que se quita los ojos, irónicamente, para poder ver a su idolatrada y desfigurada amada. Almas dolientes y tragedia por amor.
Pero como seguro que soy la última en ver esta maravillosa película y ya hay miles de blogs exaltándola mejor hablo de marionetas o títeres, un arte que me apasiona gracias a Jim Henson (Nota mental: escribir un post dedicado a Jim Henson). Takeshi, como seguro todos ya sabéis, se inspiró para esta película en historias del teatro tradicional japonés que llamamos bunraku. Aunque, por lo visto, y para ser exactos deberíamos llamarle "Ningyo Joruri", arte que combina dos importantes tradiciones niponas: la recitación de cuentos o joruri y los títeres o ningyo. Si hoy lo llamamos bunraku es por su famoso promotor, Uemura Bunrakuken. A principios del siglo XIX él construyó un teatro de ningyo joruri en Osaka para su propio grupo de artistas, haciendo más famosa este tipo de arte escénica y llegando a no tener competidor en maestría. Tuvo tanto éxito que el ningyo joruri pasó a conocerse como Bunraku.
El joruri, o el arte de los cuentacuentos en Japón, se inició gracias a músicos itinerantes que amenizaban la recitación con un laúd o biwa. En el siglo XVI se reemplazó este instrumento por otro similar al actual instrumento de cuerda denominado shamisen, cuyo sonido gustaba más al público. La tradición de los títeres (ningyo) es mucho más antigua, llegando a remontarse al siglo VIII. Los titiriteros itinerantes, llamados kugutsushi, recorrian el país cantando canciones que daban ritmo a sus actuaciones. Las marionetas y la recitación se unieron a fines del siglo XVI para formar un arte que se denominó ningyo joruri, adoptando un estilo mucho más refinado.
Las historias del bunraku (todo un género literario) proceden de las antiquísimas leyendas samurai y en acontecimientos cotidianos, con personajes del pueblo llano, probablemente inspirados en hechos reales, de los que se ha perdido la memoria. La mayoría de historias son tremendamente trágicas y tristes, expresan los sentimientos de la gente sumida en las contradicciones de la vida.
“Los que mueven el brazo izquierdo y los pies perciben los sutiles movimientos de la cabeza y el hombro derecho, después continúan manipulándolos como una única unidad. Esto hace que la marioneta se mueva suavemente, con lo que algunas veces esta suavidad parece más humana que la de una persona real. El maestro manipula la cabeza y el brazo derecho y los otros dos intérpretes sienten el conjunto, a través de la marioneta, como si formara parte de ellos. Esta experiencia continúa enseñándome cosas”. Explica Yoshida Tamasho, un joven intérprete de este maravilloso arte.
Si algún día voy a Japón... No, no, no. Corrijo. Cuando vaya a Japón será en primavera para ver los cerezos en flor. Y asistiré a una representación de bunraku allí. Debe ser algo mágico y extraño para una occidental.