Al sol
La ciudad está desierta en agosto.
El metro va medio vacío a las ocho de la mañana, en las calles no circulan apenas coches. Ya no hay empujones ni codazos para ganar posiciones de salida antes de que se abran las puertas en la estación de Universidad. Ya no hay un marea humana apresurándose hacia los puestos de trabajo... Somos pocos y resignados los que vamos a quedarnos sin vacaciones en agosto.
El asfalto arde bajo las sandalias y el viento quema al entrar en los pulmones. Acostumbrarse al aire acondicionado es fácil pero luego acobarda enfrentarse a esta ola de calor con la que nos las tenemos que ver. Y más aire acondicionado significa más calentamiento global y... ya saben, el pez que se muerde la cola. Quiero emigrar en agosto hacia el ártico, a Noruega por lo menos. No lo soporto más.
Habrá que aguantar con el ventilador a dos palmos del cuerpo y con el abono de 10 películas en los Cines Meliés. De momento ya van dos tardes fresquísimas viendo De aquí a la eternidad y Arsénico por compasión. Caerán seguro Blade Runner y algo de Scorsese.
Sólo he tenido tres días de vacaciones y ya se ha hecho duro volver. No llega a eso tan rimbombante de depresión post- vacacional pero jode igual, oigan. Yo llevaba casi una semanita de ama de mi casa, durmiendo cada noche con mi chico, levantándome tarde, disfrutando junto a él de las fiestas de Mataró, haciedo cada día algo distinto, bañándonos desnudos en la piscina, tirándonos a la bartola, poniéndonos morenos y morados organizando cenas en mi terraza...
El guacamole estaba delicioso aunque otras veces, sin prisas, saliera mejor. No encontramos limas para las caipirinhas pero con limón también estaban ricas. A la ensalada de remolacha le faltaba sal, pero la alemana quedó de vicio. La piscina era pequeña de plástico, pero podíamos flotar en ella estirados y le descubrimos muchas posibilidades. Gran vino, gran vermouth, gran quiche Lorraine de la madre de E., montañas de hummus, refrescante sorbete...
Y ahora vuelta a trabajar. Hasta septiembre, que vaya a Vitoria no habrá tregua. Quizá mejor así: en agosto todos los destinos están atestados de gente. El año pasado ya me quedé en la ciudad y no fue tan terrible porque en octubre vino París. ¿Este octubre... Praga? Ojalá. Ya veremos...