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lunes, 26 de septiembre de 2005

Taburete, barra y pato.

La inspiración no siempre es una musa dócil y sumisa que aparece para acariciarnos con sus dulces dedos. A veces es una truhana traicionera que no se deja ver, una usurera, una meretriz a la que hay que encadenar, forzar, torturar y sodomizar para que nos mire siquiera con desprecio.

Cuando era pequeña le pedía a mi padre que me contara un cuento antes de dormir. Yo le decía un animal o dos (adoraba, y aún adoro, a todos los bichos, hasta quería ser veterinaria) y él, como por arte de mágia, me contaba un cuento recién inventado y siempre diferente en el que salían esos animales.

La técnica adaptada que uso ahora es simple pero efectiva (a veces). Consiste en pedir a alguien que me diga tres palabras: las primeras que se le ocurran, sin que tengan que estar relacionadas entre sí, tres palabras al azar. Y con ellas yo tengo que tejer una historia. Basta con que aparezcan en mi texto, no hace falta que sean elemento principal ni parte básica del relato, del cuentito o de lo que surja. De esta manera suelo escribir historias bastante mediocres (eso dependerá de la calidad de la escritora) pero así ejercito mi neurona autista y relaciono palabras de un modo curioso, que siempre da alguna sorpresa. Y, de vez en cuando, consigo algún resultado interesante. En algunas ocasiones las palabras ni siquiera llegan a aparecer en el texto porque las olvido una vez empiezo a escribir, sólo sirven como resorte para inventar algo. En el ejemplo que sigue no busquen al "pato" del título porque no está. Esa palabra, "pato", sirvió para hacerme pensar en una señora mayor que llevaba una camisa o una blusa o un pañuelo con un pato bordado. Luego olvidé ese detalle a medida que escribía y el pato en la blusa de la señora fue lo de menos...

Cada día llegaba a la misma hora de la tarde y se sentaba en el mismo taburete (a poder ser, siempre que ningún borracho de turno lo hubiese ocupado ya), junto al expositor de tapas, delante de la cafetera, en la barra. Entraba arrastrando sus diminutos pies enfundados en zapatillas de felpa, tanto en verano como en invierno, e inundando el bar con su olor particular: una mezcla de naftalina, jabón casero y colonia barata (esencia de lilas, limón y algo almizclado). Olía como deben oler las abuelas bondadosas que reciben a sus nietos con chocolate deshecho y galletas recién sacadas del horno. Sólo que ella nunta tendrá nietos porque ella nunca tuvo hijos...

Pedía un café con leche muy caliente (con poco café y sacarina) y se quedaba allí, en silencio, dando sorbitos a la taza y escuchando las conversaciones y mirando a los clientes con expresión ausente. Esa tarde se fijó especialmente en el chico que estaba solo tomando una cerveza en la mesa del rincón del fondo. Tenía una libreta y anotaba cosas en ella. Quizá dibujaba algo. Volvió a su café con leche y fantaseó con la idea de que era joven y hermosa y que un joven como aquél la miraba con devoción y quizá la dibujaba desnuda. No recordaba la última vez que alguien la miró con amor. Añoraba tanto un abrazo cálido, una palabra amable... Estaba tan sola que venía al café para ver a gente reír, hablar, vivir. Aunque la ignorasen como a un trasto viejo, aunque no riesen con ella ni la hiciesen nunca partícipe de sus conversaciones. Suspiró y acabó su café con leche.

Como siempre, se dirigió a los aseos antes de irse. Al pasar junto al joven de la libreta lo oyó blsfemas enfurecido por algo y pensó que la juventud cada vez hablaba peor. Y al volver del baño se fijó mejor en él y en lo que estaba haciendo y se quedó clavada en el sitio. ¡Era ella! ¡La había dibujado a ella! Y ahora la estaba sombreando con una especie de pincel, como si acariciase su dibujo con amor. Sonrió como hacía tiempo que no lo hacía y sus ojos se iluminaron. Se acercó al joven que la miraba sorprendido y, mirando primero el dibujo, y luego directamente a sus ojos, esbozó un "gracias" tan inmenso y alegre como pueda voz humana expresar.

Él no supo qué decir y jamás entendió, tras verla marchar, cómo había iluminado una vida.

Tengo la suerte de tener un ilustrador dispuesto a acompañar mis intentos de relatos con sus preciosos dibujos inspirados en ellos. Gracias, Roger, por la Moleskine, por tus dibujos, por el impulso que me has dado para escribir, por ayudarme con el blog, por estar ahí siempre... Gracias por todo y más.

Si aún no lo habéis hecho visitad su web. Ya tardáis...

3 comentarios:

Anónimo dijo...

Això i el que faci falta!

Anónimo dijo...

Sin duda la inspiración es una amante caprichosa. Los que tienen (tenemos, quiero decir) blog lo saben bien. Aún con todo estoy perfectamente de acuerdo en quedarte mirando la pantalla y escribir aquello que tu subconsciente tiene la imperiosa necesidad de comunicar, por poco sentido que esto tenga. En cierto modo es como cuando sueñas algo, sólo que con la escritura es deliberado.

Joder, vaya parrafada. Saludos!

Nuala dijo...

Por supuesto esta técnica no es más que un modo de asociar palabras y crear algo, de jugar con la fantasía, de aprender a forzar la mente uniendo términos. Otras veces, como dices, sirve vomitar directamente las cosas como van saliendo. Y otras veces no queda otro remedio que forcejear para extraer lo que quieres. Y las palabras y los conceptos son escurridizos y sólidos como vigas. No se dejan atrapar ni retorcer fácilmente. He ahí la magia...

Con lo fácil que parece cuando lo leemos en alguien y lo difícil (o imposible) que nos resulta crear esa magia a algunos...