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jueves, 27 de octubre de 2005

Diario de París: martes, 18 de octubre

A las tres de la mañana (vuelo de Ryanair desde Girona a las 6'50 horas) salimos arrastrando penosamente las maletas tras escasas horas de sueño. Para colmo llueve ligeramente. No lo suficiente para obligarnos a coger un taxi hasta la Estació del Nord (total, es bajar una calle) pero sí con tan mala leche como para obligarnos a parar bajo un toldo cuando aprieta. Del viaje en autobús a Girona y del vuelo tengo pocos recuerdos, estaba en duermevela incluso cuando caminaba. Recuerdo un intento de hechar una cabezada en el avión, contra la ventana, y recuerdo el amanecer desde el aire, rosa y naranja, y las nubes de algodón que, al descender, hacen que parezca que nos metemos dentro de la espuma de un capuccino.

Llegamos a Beauvais (aeropuerto de tercera... qué digo, de cuarta categoría) agotados y muertos de sueño, con 25 minutos de adelanto. De allí tenemos que ir en autobús a Paris (Porte Maillot). La maleta parece pesar cada vez más. Hace un frío del que se te mete en los huesos, el frío del amanecer, que hace que me despierte y dé saltitos mientras esperamos para comprar el billete. Una señora le empieza a gritar en catalán al chico de la ventanilla porque no le ha dado todos los billetes que ha comprado. Al ver que no la entiende cambia al castellano y el chico sigue sin entenderla. Yo sigo zombie, esforzándome por tenerme en pie, respirar y seguir realizando las demás funciones vitales.

Vuelvo a dormitar en el autobús. El conductor nos pone chanson française y me despierto cuando ya estamos en París. Veo el Sena y sonrío. ¡Por fin!

Jean- Philippe, nuestro locataire (arrendatario), tal y como predije un poco jocosamente por su letra redondeada, bonita y femenina y por sus advertencias sobre el cuidado con el parquet y con su mesita lacada, tiene todo el aspecto de ser gay. Al ver el apartamento me alegro de ello (mientras recupero el aliento, que son seis pisos sin ascensor). No es que quiera afirmar que todos los heterosexuales son unos guarros o tienen mal gusto en cuestión de decoración o que todos los gays sean decoradores natos (de hecho conozco a unos cuantos bastante horteras). Pero en éste caso se cumple el tópico. Todo está cuidado y con gusto por las marcas. En la cocina no falta ni un utensilio (hasta esas barras metálicas tan monas que siempre veo en las cocinas del Ikea para colgar ganchos con cazos, trinchadores, coladores, etc.). Tiene aceite de oliva, vinagre de Módena, mostaza de Dijon, pimienta gris, lavavajillas de aroma a frambuesa (Roger dice que tiene que estar rico), limpiadores especiales para el parquet, suavizante caro para la ropa... En la habitación hay libros de arte y de arquitectura como en las revistas de decoración, guías de viaje de cientos de países y las sábanas donde dormiremos son Calvin Klein con relleno de plumas y cojines de más plumas. En el armarito del baño hay crema de contorno de ojos, secador, perfume, jabón de Marsella puro para las manos...

Roger se burla de que investigue tanto las cosas de Jean-Philippe y de que me interese saber los títulos de las novelas y libros varios que guarda en el armario. Soy curiosa. Se pueden saber muchas cosas de alguien por los libros que tiene. Igual que se pueden saber muchas cosas de alguien viendo su casa, los productos que usa y los pedacitos de pistas sobre sí mismo que ha ido dejando por todos lados durante su vida cotidiana el tiempo que ha habitado el apartamento. Diría que es piloto (hay una maqueta de un avión de Air France y un osito piloto en la habitación) y que vive aquí ciertas temporadas (tiene ropa en el armario y productos suyos por todas partes), y que alquila el piso de vez en cuando, si está fuera por trabajo, para sacarse algún dinero extra. O quizá sólo vive aquí ocasionalmente y tiene un novio en NY...

Algunos encontrarán morboso mi interés por el arrendador. Quizá tengan razón. Pero, al fin y al cabo, voy a vivir una semana en su casa. Es un juego divertido imaginar cómo es una persona de esta manera. Me siento un poco Sherlock Holmes y me gusta.

Después de comer hemos tenido, irremediablemente, que hechar una siesta para volver a ser personas. Y un poco más repuestos (tampoco del todo) hemos salido a investigar Montmartre. Me encanta este barrio. Estamos alejados de la parte turística, en una zona de currantes e inmigrantes de todas las nacionalidades y colores. Hay mercado callejero, carnicerías halal, supermercados, bares y una gran floristeria justo a la entrada de nuestra calle, Villa Ornano.

Pasando por la parte más pintoresca del barrio subimos hacia Sacré-Coeur, el enorme pastel bizantino que preside la montaña en forma de iglesia (una de las postales más vendida de París). Según mi guía este fastuoso edificio nació de un "voto nacional" (léase revancha de la Iglesia) para expiar los crímenes de la Comuna de París, construyendo el "templo nacional" precisamente en el lugar donde estalló la Comuna. El día de la inauguración el célebre pintor local Willete vino con sus amigos a gritar debajo de la cúpula "¡Viva el diablo!". Émile Zola describió el edificio como "una masa de yeso aplastante que domina ese París de donde partió la Revolución..." Cuando llueve (cosa que sucede a menudo) la piedra con la que está construida la iglesia segrega, por acción del agua, una substancia blanca que parece pintura. Cuanto más llueve más blanco es Sacré-Coeur. Yo no grité "viva el diablo" pero me hice una foto haciéndo una mueca mientras señalo la iglesia. Una de las numerosas fotos en las que salgo haciendo el payaso y que no veréis aquí. Estad agradecidos.

La place du Tertre me parece un engaño para turistas. Ya me pareció exageradamente turística la otra vez que estuve en París, pero era joven e impresionable y los pintores me parecían algo bohemio y maravilloso. Ahora me parecen unos timadores de tres al cuarto (malísimos, la mayoría) y la plaza tiene muy poco de bohemio y mucho de metro en hora punta. Los turistas (nosotros también lo somos, pero quiero pensar que de otro tipo) parecen tontos y se merecen que los timen.

Sin embargo Montmartre, si sabes apartarte de la multitud (y no hace falta ir muy lejos porque los turistas no salen demasiado del camino de tiendas de souvenirs), posee rincones deliciosos al atardecer. Para hacer un poco el guiri buscamos la verdulería de la película Le fabuleux destin d' Amélie Poulain y el café donde trabajaba Audrey Tautou (Les deux moulins). Más fotos vergonzosas.

Ahora mismo estoy sentada en el sillón del apartamento, Roger hace el dibujo del día en el otro sillón, e intento fijar todo lo que me bulle en la cabeza antes de que me venza el sueño. Tarea imposible.

Hoy soñaré con interminables escaleras de subida, las del apartamento y las del barrio, soñaré con Amélie y con los pintores bajo la llúvia, soñaré que, tal y como me he sentido hoy, era parisina, volviendo al apartamento con una baguette en la mano.

3 comentarios:

Anónimo dijo...

Hmmmm es como pasear por París! Más, más!!

Yo también hubiese ido a la verdulería y al café, y por supuesto, me hubiese hecho la foto, faltaría más! Me encantan esas cosas.

Anónimo dijo...

Como diría aquel, qué recuerdos. Tengo una pareja de amigos que viven en Beauvais. El es Chino (nacido en Francia) y ella Asturiana, y me di unos buenos paseos con ellos por el Paris extra-turístico. También tomé un café en una terraza junto a la carretera cerca de Montmartre (pero no me preguntes exáctamente dónde) con ellos y uno de sus amigos, que posteriormente estuvo saliendo con mi ex y odié injustificadamente (pero esto es otra historia). Me encanta, y la forma en que lo describes me encanta. Me encanta.

Una persona está definida por su librería, eso es un axioma, y observar los libros de tu anfitrión (incluso con él presente) es obligatori. Y prejuzgar en función de ellos. Lo mismo para el resto

aceite de oliva, perfecto
vinagre de Módena, perfecto
mostaza de Dijon, más perfecto
pimienta gris, estupendo (qué tal andabe de otras especias estilo cilantro o jengibre?)
...
lavavajillas de aroma a frambuesa, sólo puede ser obra de un gay. De verdad, que tanto esmero con la comida para luego tener que tragarte el tabulé con el olor de fresas silvestres aromatizando el plato. Jabón del consumer, por Diossssssss

No sigo que me embalo. Un abrazo y sigue transcribiendo, que te está quedando cojonudo y muy fluido.

Nuala dijo...

¡Gracias!

Yo también arrugué la nariz y pensé que el lavavajillas dejaría su olor a frambuesa en los platos pero lo maravilloso es que no lo hacía.

El especiero de este tipo incluía también hierbas aromáticas variadas y curry.

Ni que decir tiene que lo usamos todo durante nuestra estancia (él nos dio permiso).