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viernes, 7 de octubre de 2005

Portraits

Roger dice que no va a dibujarme más, y con razón. Pero a mí eso me produce una tristeza terrible. Quizá sólo lo diga porque está harto de oírme sacarme defectos a mí misma cuando me miro en sus dibujos. Si me hace un desnudo me veo gorda, si es un retrato tengo ojeras y estoy fea...

De pequeña me encantaba que me hiciesen fotos. Era la reina de la casa y la princesa de papá, que gastaba carretes y carretes en una monada de bucles dorados que nunca se cansaba de posar. Quizá si tienes ocho años y te dicen constantemente que eres preciosa te lo acabas creyendo...

Con la adolescencia todo eso cambió. Empecé a crecer por todos lados como el protagonista de Big Fish. Me volví un ser larguirucho, zancudo, desgarbado, esquelético... No hacía falta que nadie me lo dijera para darme cuenta de que ya no era preciosa. Mi nariz comenzó a crecer desmesuradamente (como mis piernas y brazos) y a destacar en mi cara flacucha. Mis primos me llamaban "jirafa", mis tíos "largui" y los chicos del colegio cosas peores como "palillo", "espagueti" o "tabla de planchar" porque mis pechos decidieron no crecer con el resto (en fin, tampoco es que luego se animaran a crecer mucho, al fin y al cabo). Así que empecé a rehuir las cámaras y, si podía, los espejos. Recuerdo mi primera adolescencia como una época por momentos horrible, de soledad, incomprensión, rechazo, autoaislamiento, negatividad y desprecio hacia mí misma. Yo era aquella chica rara vestida de negro leyendo sola en un rincón. Creo que, en el fondo, me encantaba regodearme en mi propia tristeza, en ser una especie de perdedora y melancólica adolescente.

Luego las cosas cambiaron progresivamente un poco y empecé a sentirme mejor en mi propio pellejo. No sé si la cosa tuvo que ver con empezar a gustarle a los chicos. Quiero creer que no, que empecé a aceptarme tal y como era y empecé a darme cuenta de que la valía de las personas se mide en lo que llevan dentro... Sin embargo seguía sin gustarme que me hicieran fotografías. Y aún hoy, con un cuerpo que (afortunadamente) ha ido adquiriendo más redondeces, sigue sin entusiasmarme ser retratada.

Cuando me veo en una fotografía (o en un retrato) casi siempre tengo la extraña impresión de enfrentarme a una imagen que no es la que yo tengo de mí misma. Es como cuando te ves de reojo en un espejo sin darte cuenta de que eres tú. O como cuando escuchas tu voz en una grabación y suena tan diferente a como tú te oyes. O la alienante sensación que suelo tener cuando oigo a alguien que no conozco decir mi nombre refiriéndose a otra persona que se llama como yo y, de repente, esa palabra, esas dos sílabas que conforman mi nombre, me parecen tan desligadas de mí que me pregunto si realmente "San-dra" tiene alguna relación conmigo.

Cuando me miro en una foto (o en un dibujo, en este caso) parece que sólo puedo ver y destacar las partes que no me gustan de mí misma. Pero observo de nuevo éste retrato y tengo sensaciones encontradas. Es algo íntimo y hermoso ser retratada por tu amante ("amante"... ¡qué bella palabra!), por alguien que te conoce a un nivel tan estrecho, por quien ha besado esas facciones y las ha acariciado, por quien las ama, por quien te dice que son hermosas...

Y, en un acto casi erótico, alguien que odia posar se está casi dos horas quieta viendo moverse los lápices. Y cuanto más miro el resultado más me gusta. E incluso puede que me reconcilie con mi propia imagen plasmada...

3 comentarios:

Anónimo dijo...

Me ha encantado esta entrada. Me he sentido plenamente identificado en muchos aspectos. Supongo que no soy el único al que no le gusta ver sus fotos. Miento. Temo mirar los resultados de las fotos que me sacan, porque soy un presumido, y si salgo favorecido me encantan, pero si salgo enseñando, un poner, frontón, me desanimo. Es capaz de cambiarme el ánimo, al menos unos minutos. Últimamente ando bastante sensible, además de emocionalmente exhibicionista, como en el blog ese de rebote.

Lo de la voz es mortal. Siempre quise tener una voz bien modulada, de hombre de pelo en pecho, de seductor imbartible, de Iñaki Gabilondo, y la voz que me devuelven las grabaciones o las conversaciones con el Supervisor de Puesta en Marcha de Venezuela (porque la voz rebota) son las de un adolescente iinmaduro. Me descubro pensando si debería dedicarme a fumar habanos y beber whiskey con toneladas de hielo.

Por último, y anteponiendo mis disculpas por invadir tu blog con semejante parrafada y no adaptarla y encajonarla en el mio (porque no puedo evitarlo, soy compulsivo al escribir), es curioso la sensación que produce el tratar o convivir con tu nombre en otra persona (con otra persona con tu nombre). Casualmente, en el Taller de escritura (empecé el lunes) hay otra persona que se llama Mikel. Un señor de corbata, con eso está descrito. La gracia está en que, antes de irnos y a modo de deberes (aunque la profesora se cuidó muy bien de decir que no eran deberes) nos propuso escribir cómo seríamos si nos llamásemos como otro compañero de taller. A mi me dijo

- Piensa cómo serías si te llamaras Mikel y fueras moreno.

El color de mi pelo ha determinado mi vida? Me da la impresión de que ella sabe que es unaparte importante.

Aunque también me propuso
- Piensa cómo serías si te llamaras Mireya

Mieya es Rubia y parece un poco atolondrada, pero aun no he escrito nada sobre Mikel o Mireya y ya va siendo hora. También de escribir algo para mi blog y dejar un poco más de hueco en éste.

Nuala dijo...

Me encantan tus parrafadas. Siempre tendrás un rinconcito en mi blog para ellas, por supuesto.

Quizá si no nos gusta vernos es también, como apuntas, porque somos vanidosos y presumidos y nos imaginamos más bellos, interesantes y seductores de lo que en realidad somos. Así que la realidad choca con nuestro ideal de nosotros mismos. Y siempre es preferible el ideal.

A mí siempre me ha fascinado el efecto etílico que hace que me sienta más seductora, más lúbrica, más voluptuosa, fascinante y capaz de hechizar a cualquiera.

Curioso esa propuesta de tu profesora de taller. ¿Cómo sería si me llamara Claudine? ¿Y si me llamara Manolo? Espero que sigas contando cosas de tu Taller, nos será útil a todos.

Anónimo dijo...

Nuala, me ha hecho mucha gracia lo que dices de los efectos del alcohol. A mi también me hace sentirme bonita, delgada,a gusto con mi propio cuerpo. Os entiendo a ambos. Yo sigo luchando por superar mis complejos, y creo que la edad, y el sentirme plenamemte deseada por alguien, me ayuda. Tú eres encantadora y sólo eso ya te hace preciosa.

Mikel, espero que compartas algún consejo de escritura con los que intentamos escribir. Yo curiosamente no puedo imaginarte más que pelirrojo. Es que necesariamente tenías que ser pelirrojo. ¿me imaginas a mi rubia? No verdad? Todo tiene su razón de ser.

Perdonad mi vena sentimental... cosa de los estrógenos