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jueves, 10 de noviembre de 2005

Diario de París: domingo, 23 de octubre

Me doy cuenta de que he escrito poco y mal. Leyendo lo de los días anteriores me doy cuenta de que escribía cansada, sin ganas, como el escolar al que piden una redacción de lo que ha hecho en las vacaciones y se limita a enumerar de forma prosaica y descriptiva: "Hoy hice esto, esto y esto... y al día siguiente aquéllo y lo otro..." Lo que he escrito no tiene vida, no tiene sentimiento, no exhala ni transmite como me gustaría. Pero, como digo, no me extraña nada. En el estado en que escribía muchas veces lo raro es que mantenga la concordancia verbal.

Al ir escribiendo día a día, al momento, mis impresiones sobre París pretendía preservar la frescura, la espontaneidad de las ideas. Me equivocaba. Porque al intentar hacerlo lo que he conseguido es escribir por las noches, cansada, somnolienta, casi por obligación, deseando acabar para correr a brazos de Morfeo. Y de Roger.

Así que pensaré en las ventajas de escribir en diferido, cosa que ya llevo haciendo unos días. Las sensaciones intensas en ocasiones son difíciles de plasmar de manera inmediata. Necesitan de un reposo, de una racionalización, de pasar por el tamiz que da el tiempo y una cierta perspectiva. Una vez dejadas reposar (como la masa del pan, como una buena paella) esas sensaciones tan escurridizas están más ricas y se dejan atrapar mejor. Porque lo que abarcamos con nuestro raciocinio no es la sensación en sí (tan instantánea, tan carnal e imprecisa) sino el poso que esa sensación nos deja en el espíritu. Sacrifiquemos, pues, en este caso, la espontaneidad frente a la precisión y la perdurabilidad.

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La mañana de hoy la dedicamos a las visitas más típicas y evidentes.

Primero Arc du Triomphe. Un gentío impresionante, una cola increíble para subir y, si no recuerdo mal, unos 8 euros por ver el museo y subir a la plataforma. Hacemos algunas fotos (entre ellas la foto tonta de rigor ante la llama perpetua a la memoria del soldado desconocido).

Siguiente hito turístico: la Tour Eiffel. Disfrutamos del paseo junto al Sena, de los puentes, de los quai (muelles) pero al llegar... Más gentío, una cola aún más impresionante para coger los ascensores a las mejores vistas de París (aunque las de lo alto de Montmartre no le tengan mucha envidia). Cobran hasta por subir a pie por las escaleras. Roger y yo ya subimos en nuestros respectivos viajes anteriores y decididamente no merece la pena hacer la cola, la espera y la sensación de ser ganado bovino para subir de nuevo. Así que hacemos algunas fotos más y nos alejamos por le Champ-de-Mars. Nos encontramos con algo llamado Le mur pour la paix, una especie de pared de cristal con la palabra "paz" escrita en infinidad de idiomas. Inspirado directamente en el muro de las lamentaciones, hay pantallas y teclados apra que escribas tu mensaje pacifista. Puede también hacerse a través de internet.

Pasamos por Les Invalides, donde reposan los restos de Napoleón I, y atrajeron mucho más nuestra atención las bandadas de cuervos que parecen reunirse allí que el edificio en sí. Allí al lado está el museo Rodin y sus jardines. Yo ya estuve, pero nos acercamos para ver si está abierto con la intención de visitar al menos los jardines, pero es muy tarde (casi las dos) y estamos cansados y hambrientos y preferimos volver a casa. Vimos varias de las esculturas y la Puerta del Infierno en el Louvre y el Orsay. Tendrá que ser en el próximo viaje a París.

Por la tarde hemos ido a ver los pasajes y boulevards. Lamentablemente, al ser domingo, la mayoría están cerrados y, en los que podemos entrar, las tiendas están cerradas. Por ello el aspecto de los pasajes era dejado y desierto. No es que yo pretendiera encontrar el aspecto bullicioso que describen Benjamin, Baudelaire o Proust. Fue encantadoramente decadente y decepcionante al mismo tiempo. No sé cómo describirlo mejor.

Buscando un sitio donde tomar algo hemos llegado hasta la Ópera. Agotados, nos sentamos a descansar en un banco y, cuando comenzó a llover, decidimos volver en metro a nuestro barrio, buscar allí alguna cervecería y, si no la encontrábamos, volver a casa.


Roger Tallada
Una vez más nos sonrió la suerte porque, además de ser algo tarde para las costumbres lugareños (algunos bares cierran antes que las floristerías, sobre las siete y media) era domingo y aún así encontramos un agradable bar que también servía cenas en la rue Caulaincourt, muy cerca de la parada de metro Jules Joffrin, la más cercana a casa. Se llamaba Froggy's Bar Restaurant. Precios razonables y un buen sitio para sentarse un rato a tomar algo. En la tele hay un partido de fútbol que debe ser importante a juzgar por los gritos ("putaaaaaaain!") de la chica de la mesa de al lado. Roger hace su dibujo del día y saboreamos, sin prisa, nuestras cervezas antes de irnos a cenar.

2 comentarios:

Anónimo dijo...

Ei! Que no hi ha els links a les fotos tontes!

Nuala dijo...

Hummmm...
Em fa vergonya!